08 febrero, 2012

El gran campeón.


La Ciudad Deportiva capitalina. 
En el verano del año 1974, La Habana fue la sede del Primer Campeonato Mundial de Boxeo AficionadoPara aquel entonces, ya Cuba había cosechado dos medallas de plata en la Olimpiada de México ‘68, gracias a los puños de Rolando Garbey y Enrique Regüeiferos y tres títulos en la Olimpiada de Munich ‘72, a través de Orlandito Martínez, Emilio Correa y Teófilo Stevenson, así como la medalla plateada de Gilberto Carrillo y la de bronce de Douglas Rodríguez.

En el Campeonato Mundial celebrado en la Ciudad Deportiva capitalina brillaron muchos boxeadores, entre los que cabe destacar a Jorge Hernández, Douglas, Correa, Garbey y Stevenson, además de los soviéticos Vassili Solomin, David Torosian y Rufat Riskiev, el boricua Wilfredo Gómez, el ugandés Ayub Kalule y el fallecido yugoslavo Mate Pavlov.

El gran campeón: Teófilo Stevenson.
En el barrio La Marina existían muy pocos televisores y Roberto la güira, en un bello gesto de solidaridad comunitaria, plantaba todas las noches su aparato de televisión en la puerta del hogar y aquello se convertía en un cine al aire libre. El barrio completo acudía a ver las peleas de boxeo. Algunos llevaban banquetas para sentarse, pero la mayoría permanecíamos de pie.

Vibramos con cada combate de los púgiles cubanos y aquello motivó que junto a las historias de boxeadores campechuelenses de antaño, como Ricardo el macabí, mi padre Papo Gutiérrez, Pepe cocula y Papi Leyva y los éxitos recientes de Rafael Castillo; la picúa, el gimnasio de boxeo del pueblo se llenó de candidatos a campeones.

Siempre he sido un ferviente aficionado al deporte de los puños y con los antecedentes enunciado, me inscribí en el gimnasio. Al visitarlo una comisión pocas semanas después, me escogieron junto a otros dos boxeadores, para ingresar en la Escuela Provincial de Deportes (EIDE). La comisión argumentó que yo gozaba de un excelente somatotipo. Recuerdo que el comisionado provincial en aquella época era el hermano del gran Chocolatico Pérez.

Yo era un clásico estilista. Mi boxeo era elegante, en constante movimiento, pero carecía de una contundente pegada. Poseía una virtud que muchos de mis compañeros de equipo envidiaban: nunca me tiraron a la lona -ni en entrenamientos, ni combates- a pesar de recibir fuertes golpes en el mentón. Decían que poseía buenas piernas.

Lugar de mi último combate.
En el año que permanecí en la EIDE de Jiguaní, efectué una docena de combates. El último de ellos, fue la única vez que combatí en mi pueblo. Había tremendo entusiasmo en las gradas del estadio de Campechuela, por ver el debut del hijo de un ex boxeador, muy querido por todos. Me enfrenté a un negrito de Yara del que no recuerdo su nombre, pero si que lo apodaban Veneno. El muchacho tenía bien puesto aquel apodo. Durante los tres rounds, recibí derechas e izquierdas, jabs y upper cuts como un condenado y aunque no caí a la lona, terminé el combate con dos conteos de protección y el tabique de la nariz hecho trizas. Me dió lo que se llama, una soberana paliza.

Llegué a la casa con una bolsa de hielo sobre el apéndice nasal. Mi papá; que era el querido boxeador del pueblo, había presenciado el combate desde las gradas. Hablaba poco, pero era muy exacto en el golpeo. Al ver el estado en el que llegué, tomó mi rostro entre sus manos, me observó detenidamente durante un instante y sentenció.

- Mi’jo; deja el boxeo y dedícate a otra cosa. Tú no sirves pa' eso.

Allí; con esa frase tajante y fría de un experimentado boxeador, murió mi sueño de ser un gran campeón.

Sagarra. Artifice del boxeo cubano.

Aquella misma noche decidí convertirme en entrenador. Junto a Alcides Sagarra, Sarvelio Fuentes y Pedro Roque, he aconsejado a los pugilistas cubanos que han competido en los torneos del mundo y que han conquistado títulos mundiales y olímpicos. Claro está -como la inmensa mayoría de los cubanos- desde una cómoda butaca en la sala de la casa.









                                                                      === FIN ===

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