23 diciembre, 2012

Matiné del domingo en el cine.


Dedicado a Ika, Mongui, José Arturo y otros amigos de la infancia que se fueron aún jóvenes.

He pasado un domingo como hace meses añoraba. He permanecido todo el día en el apartamento, sin muchas cosas en mente. He comenzado a leer un excelente libro que un buen amigo me regaló, hace dos meses, en Tampa. El libro se titula “25 maneras de ganarse a la gente”. Entre lectura y sorbos de café, me han venido a la memoria recuerdos de mis domingos de infancia, en Campechuela. Este es uno de ellos.

Cine Ruth (Duaba)
Corría la década del setenta y todos los domingos, desde muy temprano en la mañana, una legión de bulliciosos muchachos hacíamos cola frente al cine Ruth (ahora, cine Duaba), que es el único cine del pueblo, sin importarnos la película que pasarían por la pantalla. En el Campechuela de aquellos años, los domingos, los muchachos nos dividíamos en dos grandes grupos: los que íbamos al cine y los que tenían que asistir a las iglesias del pueblo. Como si todas las instituciones se hubiesen puesto de acuerdo, a las nueve en punto comenzaba la matiné en el cine, la misa de la iglesia católica y la escuela dominical de las iglesias protestantes y hasta abría sus puertas la heladería, frente al parque.

Iglesia Católica
Yo siempre pertenecí al primer grupo, por eso sólo puedo narrar lo que en el cine ocurría. A las iglesias; no podía ni asomarme, pues mi padre era militante del partido y me lo tenía terminantemente prohibido. En eso siempre lo complací, aunque nunca entendí la causa de aquella prohibición.

Por la enorme pantalla desfilaban personajes famosos como el Charlot, de Charlie Chaplin, el Gordo y el Flaco, de Oliver Hardy y Stan Laurel y muchos otros personajes y actores del cine silente. Las balaceras de Billy el Niño, los insólitos viajes de los filmes basados en las fabulosas aventuras de JulioVerne y las películas de guerra y muñequitos soviéticos eran disfrutados con igual placer que el paquete de caramelos duros que nos vendían a la entrada del cine. Algunas veces se disparaban más caramelos en la platea, que balas en el asalto al tren del filme.

Un domingo, -en que fuimos gratamente sorprendidos- pusieron la película La vida sigue igual, del famoso cantante Julio Iglesias; claro, ya el filme llevaba un mes en cartelera. Nunca he visto colas más largas en mi vida, ni siquiera en la hamburguesería de Ayestarán, ni frente al cine Chaplin, a finales de los años ochenta. La gente se pasaba la noche entera, tirada en los portales de las casas contiguas al cine, sólo para ver la película al día siguiente. Llegaron a entregarse papeletas de entrada en los centros laborales, como una especie de estímulo moral.

La inmensa mayoría de la muchachada disfrutaba los close up y los travelling, pero Pedro Emilio no le prestaba atención a la pantalla. Se conformaba con comerse de lejos, en la penumbra de la sala, a la  bella Coralia, a la que nunca le confesó su amor y por la que caminaba veinte cuadras diarias, sólo para poder verla, parado en la ventana de su casa, mientras ella disfrutaba de las aventuras, sentada en un cómodo sofá. 

Para nosotros la matiné era como la mismísima misa parroquial, a la que los feligreses no suelen faltar. Era un excelente lugar para pasar un rato agradable con la noviecita de turno, besándonos como sólo saben hacerlo los adolescentes y toqueteando por acá y por allá, cada vez que nos fuera permitido. La mayoría de las veces ni siquiera mirábamos la película y al salir del cine con un pañuelo tapándonos la nariz y la boca, -como nos aconsejaban las abuelas- le pedíamos a los amigos cinéfilos que la narraran con todos los detalles, para poder contarla luego en la casa. 


                                                         === FIN ===

04 septiembre, 2012

Fin de semana del Labor Day.

Lucio y Tere
Quizás alguno de los lectores no lo sepa, pero aqui, en los Estados Unidos, el día de los  trabajadores  no se celebra el 1ro de mayo, como en la mayoría de los   países.  Aquí   se   celebra  el  Día del   Trabajo  (Labor Day) el  3 de  septiembre,  y  es  feriado.  Por   eso, después de trabajar  duro   durante la semana,  muchos pudimos descansar el sábado, el domingo y ellunes.

El viérnes en la tarde estaba agotado, pero a la vez,  optimista, pues habíamos planificado varias actividades para el fin de semana. Para mí, fueron tres días provechosos. Les cuento por qué: El sábado recibimos la visita de una pareja de amigos de Miami (Nayvi Lavandera y Elier López), socios Oro, en nuestro negocio Amway y que vinieron a apoyar a nuestro equipo en su desarrollo y crecimiento. Pasaron la tarde del sábado explicándole a nuestros invitados la excelente oportunidad de negocio que poníamos en sus manos, para que puedan hacer realidad todos sus sueños. Como resultado, he auspiciado a una excelente pareja de compañeros de trabajo: Teresita Delgado y Lucio de Armas, cubanos, de Santa Clara, para ser exactos, quienes han dejado de ser mis clientes, para convertirse en mis socios en el negocio. Con ellos y otros que ya están y los que se incorporarán en breve, trabajaremos día a día, para juntos, lograr nuestras metas y en un período de tiempo relativamente corto, ser libres financieramente.
Parte del equipo.

Como colofón del fin de semana, anoche asistimos todos a la reunión empresarial en el Hotel Holiday Express de Tampa. El orador invitado fue nada más y nada menos que Pável Gómez; Diamante Fundador, cubano, de Pinar del Río -cómo a él le gusta decir-, que junto a su esposa Lily, alcanzaron en Amway la libertad financiera en cinco años. El recinto se abarrotó de personas –mucho más de ciento cincuenta- y fue necesario utilizar el salón contiguo. Fue una noche inolvidable, que cambiará la vida de muchas familias.

Pável explicando el negocio.

En síntesis, aproveché los días de descanso, para seguir construyendo mi propio futuro; por eso quiero dejarles esta pregunta, para que cada quien la responda en la tranquilidad de su hogar. 

Si trabajas todo el año para el negocio de alguien, que se está enriqueciendo con tu trabajo y con tu esfuerzo, entonces ¿Por qué no aprovechar las horas de descanso para construir, paso a paso, tu propio negocio?   



                                                       === FIN ===

19 agosto, 2012

El Padrino.

A la memoria de Eddy Ortiz.


Me  enorgullece  haber sido amigo de Eddy Ortiz. Eddy era un ser especial, un personaje muy conocido y querido en Campechuela.  Falleció  hace  ya más de seis años  y era  el  padre  de  nuestro amigo Eddy Martin -no el comentarista deportivo-.


En los años  finales  de  la década  del  70 y principios del 80, yo era un joven fiestero y jodedor, como  cualquier  cubano. Cada  domingo  al  mediodía,  nos reuníamos con las novias  de  turno  en  El  Merendero, donde el grupo Sangre Joven (el  grupo  de  Los  Moros,  como  era  conocido) y la Orquesta Típica de Campechuela, amenizaban  las  tardes de matiné. En aquella etapa, no sé ahora por qué  razón,  yo  era  el  conductor  principal de Verano en la Calle,  versión publerina del programa televisivo Para Bailar, muy de moda en aquella época.

Zona de El Merendero.
En aquellos años, el grupo de amigos estaba formado, entre otros, por Rafael Aguiar “Chichi”, Guillermo Grimón “Guille”, Eddy Martin, Norberto Sotelo, “Pirolito” y yo. La mayoría de nosotros era estudiante y no teníamos dinero para comprar  una botella de ron, así que acudíamos al barrio La Marina, donde se vendía el mejor azuquín, mata rata, escupe lejos, salta pa'tras, hueso de tigre, caguín o como quiera llamársele, del pueblo y cuya botella costaba cinco pesos. Le echábamos un poco de jugo de limón y a beber.


Cada vez que Eddy Ortiz –a quien cariñosamente y por sobradas razones, le decíamos Padrino- nos veía tomando semejante porquería, nos quitaba la botella, botaba el contenido, mandaba a comprar dos o tres botellas de Havana Club añejo y cuando llegaban, de un solo trago se bebía la mitad de una, se largaba -no sin antes decirnos sonriente  "pórtense bien", dejándonos el resto del ron. Nunca más he visto a nadie hacer eso.

En otras ocasiones, cuando nos veía con alguna novia en una fiesta y boquisecos, nos llamaba aparte y nos metía diez o veinte pesos en el bolsillo. El día 31 de diciembre de cada año, que todos pasábamos en su casa, sacaba una libretica y delante de todos decía: “Fulano de tal, me debes cien pesos. Esta deuda te la voy a perdonar, pero el próximo año no quiero que me pidas nada más…” Nos ponía roja la cara, delante de la novia. La historia se repetía, año tras año.

La última vez que vi a Eddy Ortiz, fue en el año 2000. Yo era el subdirector residente del Hotel Tryp Cayo Coco, en Ciego de Avila y lo invité a pasarse un domingo en el hotel, pues él estaba de visita en casa de Guille Grimón, en la Isla de Turiguanó. A media tarde, cuando terminé de trabajar, nos fuimos los tres –Guille, Eddy y yo- a mi habitación y allí le pedí que hiciera lo mismo que veinte años atrás; poniendo en sus manos una botella de ron Havana Club 15 años. La miró por todos lados, como mira a una novia un hombre enamorado, la empinó, pero en aquella ocasión sólo logró tomarse -de un trago- un cuarto de la botella. Cuando terminó, se sonrió con esa sonrisa pícara que lo caracterizaba y me dijo:

- Ramoncito, el tiempo no pasa por gusto. Ya soy un viejo cagalitroso.

Lo abracé y le respondí:

- Padrino, yo sólo quería revivir ese lindo recuerdo de mi juventud.

Desafortunadamente, apenas cinco años después se nos fue Eddy Ortiz, víctima de un infarto, pero para nosotros, fue y seguirá siendo siempre, nuestro Padrino.


                                     === FIN ===

05 agosto, 2012

La casa de Carlos Manuel.

A la memoria de Carlos Manuel González. 

(Para los campechuelenses: existe un canalizo en los manglares entre Campechuela y Troya llamado la Zanja de Carlos Manuel, en honor de quien lo hizo, a golpe de machete y hacha, para extraer carbón de los manglares). 

Esta es una de las tantas historias que escuché de los mayores en nuestra tertulia del muelle del barrio La Marina. La cuento tal como la escuché. Aquí les va:

Cuando Carlos Manuel González huyó con Rosa; su novia, no tenía dinero para celebrar la boda. Nunca pudo comprar los anillos de compromiso, ni disfrutar de una luna de miel. Esos lujos no eran para un humilde pescador, pero tomó una decisión: construiría su propia vivienda; un humilde bohío.

Al amanecer se fue con su medio hermano Leoncio Gutiérrez a Cienaguilla. Del monte extrajeron, con la ayuda de una yunta de bueyes, doce troncos de guayacán y decenas de cujes. Luego le pagó una fortuna a un camionero que transportó todo aquello hasta La Marina.

Tumbaron cinco palmas que crecían cerca del pueblo. Cortaron el tronco en trozos y de allí sacaron las tablas. En un carretón las llevaron al barrio. De un montecito extrajeron una carreta repleta de pencas de guano. Las extendieron en el terreno para que se secaran y con ellas cobijar la futura morada.

Cuando los troncos de guayacán se secaron; hacha en mano, perfilaron los horcones. Replantearon la casa en el solar y con pala, pico y tenedor, cavaron los doce huecos. Habían colocado varios de aquellos pesados puntales, cuando llegó su vecino Armando; el tuerto.

Armando miró, cual Polifemo, los horcones y corrigió: 


- Aquel, aquel de allá; muévanlo un poquito hacia fuera. 


Acto seguido, dio media vuelta y siguió su camino. Carlos y Leoncio removieron la tierra alrededor del horcón, lo movieron hacia el lugar indicado y volvieron a compactar el terreno.

Dos horas más tarde reapareció Armando, imperativo: 


- Éste; métanlo un poco más. 


... y continuó su camino. Se repitió la misma historia. Removieron la tierra, movieron el horcón y compactaron nuevamente.

Al caer la tarde, Carlos Manuel sintió un gran ardor en el pecho. El roce de los horcones le había producido una irritación. Había perdido los vellos del tórax, pero no se dio por vencido. 

Les quedaba por colocar un sólo horcón. Llegó Armando al lugar. Volvió a tirar una ojeada.

Contaban en la tertulia; que en la tercera oportunidad, Carlos Manuel ni siquiera lo dejó hablar.

- Armando; esta casa es mía y los horcones los pongo como me salga… de los melones.


                                                                    === FIN ===

22 julio, 2012

La finca de Chito.

El viejo Chito caminaba muy despacio y encorvado, -según decían- a  causa  del enorme peso de los años. Aunque  nunca  le vi  la pesada  carga, sí  recuerdo  que  tenía  una  conducta muy recta. Falleció hace ya mucho tiempo, sin sospechar que tenía al enemigo colado en su casa. 

Colindante con el patio trasero de la escuela César Martí; Chito tenía su finca. Era un terreno de unas quince hectáreas. En una parte, sembraba maíz, yuca, boniato y frijoles, y en la otra, crecía un bosquecillo de árboles frutales. Había allí una gran variedad de aguacates, mangos, guayabas, chirimoyas y anoncillos, que el dueño velaba celosamente, con una escopeta de cartuchos de la época de María Castañas. Un jodedor de las tertulias, dijo una vez que la escopeta no servía; que lo había visto apretar el gatillo y el cañón escupió arañas y cucarachas.  

Como algunos alumnos de la escuela habían sido sorprendidos dentro de la finca por el propio anciano, a los pillos de cuarto grado, se nos ocurrió una variante más sencilla, pero genial. No empleamos mucho tiempo para convencer a Manuel G. Bagué; nieto de Chito, que era nuestro compañero de aula. Llegamos a un acuerdo muy simple: Le soplábamos en los exámenes de Matemática y a cambio, él nos ayudaba para que la operación Merienda Barata se ejecutara sin contratiempos. Nos dimos las manos, como señal de cierre del pacto de caballeros.

Durante el receso, Bagué corría a la vivienda del abuelo. Cuando confirmaba su ubicación dentro del recinto, se paraba en la puerta de la cocina y se pasaba varias veces una mano por la cabeza. Esa era la señal convenida para que Guayabita, el encargado de hacer el trabajo sucio del plan, se colara por la cerca del fondo del patio de la escuela y ejecutara su parte.

Guayabita era flaco, bajito, ágil y muy simpático y casi nunca tenía merienda para llevar a la escuela.




                                                                    === FIN ===

14 junio, 2012

El tiempo pasa volando.

El tiempo  pasa  volando. Desde  pequeño  he  escuchado   esta   frase   en   incontables  ocasiones, pero jamás, hasta hoy, me había detenido a analizarla con profundidad. Hace   exactamente un año que crucé, caminando, Rainbow Bridge, uno de los puentes que comunica a Canadá y Estados Unidos.

Raibow Bridge, desde Canadá.
La tarde anterior había llegado a Niágara Falls, procedente de Toronto, pero decidí pasar la noche en uno de los tanto hoteles que hay en aquel bello sitio que inspiró a nuestro poeta José María Heredia. Desde mi habitación contemplé el imponente puente. No andaba yo en plan de turista; sencillamente mi familia del lado de acá no conocía de mi decisión de cruzar la frontera y fue precisamente desde aquella amplia y limpia habitación que realicé las llamadas telefónicas pertinentes, para informarle a mi familia de Tampa sobre la decisión tomada y organizar mi llegada a esta ciudad.

Atrás quedadan mi esposa, dos hijas, mi madre, hermanos, sobrinos, en fin, mi familia. Era la fase final de una difícil decisión que había tomado tres años atrás y mantenido en absoluto secreto. En Tampa he comenzado una nueva etapa de mi vida, que no es perfecta, lo sé, pero mucho más digna que la que tenía en mi propia tierra. Aquí tengo un trabajo sencillo, pero decoroso, donde gano un salario que me permite vivir con austeridad y dignidad y aún así, ayudar financieramente a mi familia en Cuba. 

En la sede de Amway, Michigan.
He comenzado algunos proyectos de negocio a corto y mediano plazo, que seguramente ayudarán a mejorar mis finanzas y mi nivel de vida. De la calidad de vida no deseo hablar, pues sencillamente no tiene precio la tranquilidad espiritual con la que vivo hoy, sin pensar en las carencias del día a día, sin tener que hablar con una careta en mi rostro, ni cuidarme del vecino o del compañero de trabajo.

Sé que para muchos inmigrantes, el American Dream se convierte en una pesadilla, pero una cosa quiero decirles: Este es el país de las oportunidades, donde no existen límites para el desarrollo personal, que no sea sólo el límite de nuestras propias capacidades. Un  consejo quiero darles: Nunca dejen de soñar... y persigan sus sueños hasta alcanzarlos.


                                                         === FIN ===

13 mayo, 2012

Una joven madre que no pudo disfrutar de sus hijos.

A la memoria de Marlene González Arias.

Fui  con  mi  padre  a  Manzanillo  a  visitar  a un  tío  abuelo.  Segundo González Arias, medio hermano de  abuelo  Monguito,  yacía   enfermo.  Luchaba  contra  una   penosa  enfermedad, aunque desafortunadamente, día a día perdía la batalla.

Marlene y su esposo Angel Tomás.
Al verla allí, sentada en el borde de la cama, junto al anciano padre moribundo; quedé deslumbrado. Era una impactante trigueña, de profunda y alegre mirada. Esbelta, de delicados ademanes y una sonrisa mística. Me besó con candidez en la mejilla. Supe al instante que aquella deidad se llamaba Marlene González Arias y era prima hermana de mi padre. También supe que vivía en La Habana, que tenía 23 años, que trabajaba como aeromoza internacional en Cubana de Aviación, que estaba casada y que tenía dos hijos.


No siento pena alguna reconocerlo. Quedé boquiabierto, hechizado, enamorado. Ajeno al drama familiar, corrí por toda la casa e intenté algunas piruetas para llamar su atención. Yo era entonces, un niño de apenas 10 años. ¿Quién no ha soñado alguna vez con una prima? Desde aquella noche y con cierta frecuencia, ella visitó mis sueños. El tiempo se escurrió y me enamoré de Angélica María, la bella actriz y cantante mexicana y de otras muchas cantantes y actrices famosas y nunca más volví a ver a Marlene.

Sepelio de las víctimas del atentado.
El 7 de octubre de 1976, el barrio La Marina estalló en llanto al confirmarse la fatal noticia: Marlene viajaba en el avión que fue vilmente saboteado frente a las costas de Barbados, el día anterior. Rogué en silencio para que aquello no fuera cierto, para que sólo fuese un chiste pesado de algún jodedor del barrio. Infelizmente, dos días después reconocí sus bellas facciones entre tantas y tantas fotografías de compatriotas y jóvenes de otros países arrebatados por la muerte. Junto a su imagen; la de su esposo Ángel Tomás Rodríguez, miembro también de la tripulación del vuelo CU-455 que aquel imborrable día para todos los cubanos, se precipitó al mar con su preciada carga: 73 víctimas del odio atroz y la cobardía.


Monumento en Barbados.
Marlene no alcanzó a ver crecer a sus pequeños hijos. Nunca llegó a ponerles el uniforme escolar o llevarlos a la escuela. Marlene no les pudo aconsejar en la difícil etapa de la adolescencia. No pudo asistir a sus bodas, ni conoció a sus nietos.

Con esta sencilla crónica deseo homenajear a todas las madres cubanas, donde quiera que se encuentren. Aquellas madres que han tenido la indescriptible dicha de disfrutar de sus hijos y nietos. A todas, les deseo muchas felicidades en el Día de Las Madres. Al mismo tiempo, recordar a aquellas madres, que como Marlene, ya no están entre nosotros en un día tan especial.





                                                              === FIN ===

13 marzo, 2012

Lapsus.


Cerdo yorkshire.
Un domingo por la mañana, allá por la década de los 80'; mi padre sacrificó uno de los dos cerdos que criaba en el corral. Era un yorkshire de doscientas libras. En mi familia era tradición aprovechar todo de un puerco; desde las vísceras para picotear con yuca, mientras se fríen los chicharrones, hasta las paticas en salsa, las orejas en un potaje de frijoles colorados y la sangre y tripas, para hacer morcillas.

Como en aquellos tiempos el concepto de familia era más amplio que ahora; cuando llegó el momento de repartir, la disputa tuvo que resolverse con una peseta al aire,  -como hacen los árbitros de fútbol antes de comenzar el partido-. Como el azar me favoreció; me correspondió llevarle una paleta a los abuelos paternos, a sólo tres cuadras, pero mi hermano Ernesto tuvo que llevar la otra, a Manzanillo, donde vivía la abuela materna.

Omnibus Girón VI
El pasaje costaba veinticinco centavos y las guaguas salían cada media hora. Ernesto llegó a la terminal con la carne envuelta en un nailon y metida en una jaba de yarey. Cogió turno en la taquilla. Cuando subió al ómnibus; se sentó en uno de los primeros asientos y de inmediato se puso a conversar animadamente con el compañero de asiento.

Cuando la guagua llegó a Manzanillo; mi hermano se bajó en la parada del parque Céspedes, caminó cuatro cuadras despreocupado y muy campante besó a abuela Adela y a  tía Deysi, pero con las manos vacías. 


Después de almorzar; un poco extrañada -porque no era normal viajar vacío en aquellos tiempos- abuela le preguntó por la causa de la inesperada visita y él sencillamente contestó.

- Ná; estaba aburrido en la casa y vine a darles una vuelta.

Parque Céspedes. Manzanillo.
Al anochecer; mi hermano regresó. Abuela mandó dos coladas de café, del que bajaban ilegalmente de las lomas.

Ernesto no contaba con que Tony; el más pequeño de mis hermanos, se enfermaría esa misma noche y por la mañana; abuela, como siempre, acudiría de inmediato.



La paleta abandonada.
Después de los saludos y de las primeras decisiones de abuela; llegó la pregunta que no podía faltar. Mi madre le preguntó:

- Mami; ¿Te gustó la paleta que te mandé ayer?

Abuela fijó sus ojazos verdes en el aludido; mientras Ernesto quería que se lo tragara la tierra. 
Sólo le dijo:

- ¿Viste? La mentira tiene piernas cortas.   

Fue entonces que todos conocimos la verdadera historia de la paleta de cerdo abandonada a su suerte debajo del incómodo asiento de una guagua Girón VI. 


                                                               === FIN ===

19 febrero, 2012

El puente del restaurante La Atarraya.


Restaurante La Atarraya.
Todos los avileños –y los moronenses en particular- estamos muy orgullosos del restaurante La Atarraya, enclavado sobre las aguas de la Laguna de la Leche. No hay familia de los alrededores que no haya visitado el lugar en algún momento de su vida. El Gallo de Morón, La Laguna de la Leche – el mayor embalse natural de Cuba- y el famoso restaurante, son símbolos de la ciudad que los moronenses mostramos con orgullo. 


Cuando el periodo especial llegó en los primeros años de la década del 90, La Atarraya, como todos los centros recreativos y comerciales, sufrieron un colapso general, hasta el punto que tuvieron que cerrar. 

Del restaurante, sólo quedaron los pilotes sobre la laguna. Qué tristeza me daba ver aquello, pero unos años después, cuando comenzó el desarrollo del polo turístico Jardines del Rey, los restaurantes, centros recreativos y la ciudad de Morón iniciaron un proceso de recuperación.

Vista aérea del Hotel El Senador.
Corria el año 2002 y mientras se trabajaba afanosamente en la reconstrucción del restaurante  La Atarraya, en Cayo Coco trabajábamos por terminar las últimas habitaciones del Hotel El Senador, un resort de 690 habitaciones, 3 restaurantes buffet, 4 piscinas y 5 restaurantes especializados. Una superficie de 12 hectáreas, incluida una bella laguna con 72 cabañas sobre pilotes y un hermoso manglar, por el que camina sobre pasarelas flotantes y que por supuesto necesita de puentes para el cruce del agua por los canalizos. El hotel tiene varios puentes, cada uno de ellos con un costo de unos 30 mil dólares. Uno de los puentes se cayó mientras era bajado del barco en el puerto de La Habana y sufrió una ligera deformación de su estructura; en buen cubano: se torció.

Fue necesario importar otro puente y a un lado del hotel estaban ambos; el “bueno”, esperando el momento para ser colocado en su sitio. El torcido; no habíamos decidido qué hacer con él.

Pasarela Principal de acceso a la playa.
Un lunes en la mañana, al llegar a mi oficina, -yo era el director de la empresa mixta cubano-canadiense propietaria de dicho hotel- me llama el señor Bernard Thibaulth,  presidente de TMSA, la compañía canadiense asociada con Cubanacán en el negocio y que estaba de visita en el hotel, como regularmente hacia 2 ó 3 veces en el año. Me dice que alguien, el domingo por la tarde, se había robado el puente bueno y para corroborar lo que me decía, me mostró las fotos de la grúa y la rastra que participaron en el robo. No hizo falta nada más. Al ver una grúa del contingente El Vaquerito y una rastra de la UNECA, supe al instante a donde había ido a parar el dichoso puente. Llamé inmediatamente a William Sardiñas y a José Enrique Castro, Secretario del Partido y Presidente del Gobierno en Morón, respectivamente y efectivamente, el puente iba a ser colocado en el restaurante La Atarraya, pues según palabras textuales de uno de ellos, alguien dijo “… en el Hotel El Senador hay un puente que no sirve… ” y zas!, allá mandaron a tomarlo, sin pedírselo a nadie.

Magalys y William con su familia.
Para no hacerles la historia tan larga, tuve que llamar al presidente de Cubanacán; Juan José Vega y al delegado de turismo en la provincia de Ciego de Ávila; Raúl Naranjo para que se encargaran del asunto y por la tarde, después de una ardua negociación entre las partes, el puente que ya estaba en la laguna, retornó a Cayo Coco y la compañía mixta El Senador "le regaló" el puente torcido al Poder Popular de Morón y fue colocado a los pocos días, para el disfrute de todos los moronenses y visitantes. 

Euler Pernas y familia.
Es ya casi un ritual, que todo el que va al famoso restaurante moronero, se toma una foto en el puente y yo, cuando veo esas fotos en facebook, recuerdo la historia del puente y sonrío.


                                                  




                                                                      === FIN ===

08 febrero, 2012

El gran campeón.


La Ciudad Deportiva capitalina. 
En el verano del año 1974, La Habana fue la sede del Primer Campeonato Mundial de Boxeo AficionadoPara aquel entonces, ya Cuba había cosechado dos medallas de plata en la Olimpiada de México ‘68, gracias a los puños de Rolando Garbey y Enrique Regüeiferos y tres títulos en la Olimpiada de Munich ‘72, a través de Orlandito Martínez, Emilio Correa y Teófilo Stevenson, así como la medalla plateada de Gilberto Carrillo y la de bronce de Douglas Rodríguez.

En el Campeonato Mundial celebrado en la Ciudad Deportiva capitalina brillaron muchos boxeadores, entre los que cabe destacar a Jorge Hernández, Douglas, Correa, Garbey y Stevenson, además de los soviéticos Vassili Solomin, David Torosian y Rufat Riskiev, el boricua Wilfredo Gómez, el ugandés Ayub Kalule y el fallecido yugoslavo Mate Pavlov.

El gran campeón: Teófilo Stevenson.
En el barrio La Marina existían muy pocos televisores y Roberto la güira, en un bello gesto de solidaridad comunitaria, plantaba todas las noches su aparato de televisión en la puerta del hogar y aquello se convertía en un cine al aire libre. El barrio completo acudía a ver las peleas de boxeo. Algunos llevaban banquetas para sentarse, pero la mayoría permanecíamos de pie.

Vibramos con cada combate de los púgiles cubanos y aquello motivó que junto a las historias de boxeadores campechuelenses de antaño, como Ricardo el macabí, mi padre Papo Gutiérrez, Pepe cocula y Papi Leyva y los éxitos recientes de Rafael Castillo; la picúa, el gimnasio de boxeo del pueblo se llenó de candidatos a campeones.

Siempre he sido un ferviente aficionado al deporte de los puños y con los antecedentes enunciado, me inscribí en el gimnasio. Al visitarlo una comisión pocas semanas después, me escogieron junto a otros dos boxeadores, para ingresar en la Escuela Provincial de Deportes (EIDE). La comisión argumentó que yo gozaba de un excelente somatotipo. Recuerdo que el comisionado provincial en aquella época era el hermano del gran Chocolatico Pérez.

Yo era un clásico estilista. Mi boxeo era elegante, en constante movimiento, pero carecía de una contundente pegada. Poseía una virtud que muchos de mis compañeros de equipo envidiaban: nunca me tiraron a la lona -ni en entrenamientos, ni combates- a pesar de recibir fuertes golpes en el mentón. Decían que poseía buenas piernas.

Lugar de mi último combate.
En el año que permanecí en la EIDE de Jiguaní, efectué una docena de combates. El último de ellos, fue la única vez que combatí en mi pueblo. Había tremendo entusiasmo en las gradas del estadio de Campechuela, por ver el debut del hijo de un ex boxeador, muy querido por todos. Me enfrenté a un negrito de Yara del que no recuerdo su nombre, pero si que lo apodaban Veneno. El muchacho tenía bien puesto aquel apodo. Durante los tres rounds, recibí derechas e izquierdas, jabs y upper cuts como un condenado y aunque no caí a la lona, terminé el combate con dos conteos de protección y el tabique de la nariz hecho trizas. Me dió lo que se llama, una soberana paliza.

Llegué a la casa con una bolsa de hielo sobre el apéndice nasal. Mi papá; que era el querido boxeador del pueblo, había presenciado el combate desde las gradas. Hablaba poco, pero era muy exacto en el golpeo. Al ver el estado en el que llegué, tomó mi rostro entre sus manos, me observó detenidamente durante un instante y sentenció.

- Mi’jo; deja el boxeo y dedícate a otra cosa. Tú no sirves pa' eso.

Allí; con esa frase tajante y fría de un experimentado boxeador, murió mi sueño de ser un gran campeón.

Sagarra. Artifice del boxeo cubano.

Aquella misma noche decidí convertirme en entrenador. Junto a Alcides Sagarra, Sarvelio Fuentes y Pedro Roque, he aconsejado a los pugilistas cubanos que han competido en los torneos del mundo y que han conquistado títulos mundiales y olímpicos. Claro está -como la inmensa mayoría de los cubanos- desde una cómoda butaca en la sala de la casa.









                                                                      === FIN ===