(Para los campechuelenses: existe un canalizo en los manglares entre Campechuela y Troya llamado la Zanja de Carlos Manuel, en honor de quien lo hizo, a golpe de machete y hacha, para extraer carbón de los manglares).
Esta es una de
las tantas historias que escuché de los mayores en nuestra tertulia del muelle del
barrio La Marina. La cuento tal como la escuché. Aquí les va:
Cuando Carlos Manuel González huyó con Rosa; su novia, no tenía dinero para celebrar la boda. Nunca pudo comprar los anillos de compromiso, ni
disfrutar de una luna de miel. Esos lujos no eran para un humilde pescador, pero
tomó una decisión: construiría su propia vivienda; un humilde bohío.
Al amanecer se
fue con su medio hermano Leoncio Gutiérrez a Cienaguilla. Del monte extrajeron, con la ayuda de
una yunta de bueyes, doce troncos de guayacán y decenas de cujes. Luego le pagó
una fortuna a un camionero que transportó todo aquello hasta La Marina.
Tumbaron cinco
palmas que crecían cerca del pueblo. Cortaron
el tronco en trozos y de allí sacaron las tablas. En un carretón las llevaron
al barrio. De un montecito extrajeron una carreta repleta de pencas de guano.
Las extendieron en el terreno para que se secaran y con ellas cobijar la futura
morada.
Cuando los
troncos de guayacán se secaron; hacha en mano, perfilaron los horcones. Replantearon la casa en el solar y con
pala, pico y tenedor, cavaron los doce huecos. Habían
colocado varios de aquellos pesados puntales, cuando llegó su vecino Armando; el
tuerto.
Armando miró, cual Polifemo, los
horcones y corrigió:
- Aquel, aquel de allá; muévanlo un poquito hacia fuera.
Acto seguido, dio media vuelta y siguió su camino. Carlos y Leoncio removieron la tierra alrededor del horcón, lo movieron hacia el lugar indicado y volvieron a compactar el terreno.
- Aquel, aquel de allá; muévanlo un poquito hacia fuera.
Acto seguido, dio media vuelta y siguió su camino. Carlos y Leoncio removieron la tierra alrededor del horcón, lo movieron hacia el lugar indicado y volvieron a compactar el terreno.
Dos horas más
tarde reapareció Armando, imperativo:
- Éste; métanlo un poco más.
... y continuó su camino. Se repitió la misma historia. Removieron la tierra, movieron el horcón y compactaron nuevamente.
- Éste; métanlo un poco más.
... y continuó su camino. Se repitió la misma historia. Removieron la tierra, movieron el horcón y compactaron nuevamente.
Al caer la
tarde, Carlos Manuel sintió un gran ardor en el pecho. El roce de los horcones le había
producido una irritación. Había perdido los vellos del tórax, pero no se dio
por vencido.
Les quedaba por colocar un sólo horcón. Llegó Armando al lugar. Volvió
a tirar una ojeada.
Contaban
en la tertulia; que en la tercera oportunidad, Carlos Manuel ni siquiera lo dejó
hablar.
- Armando;
esta casa es mía y los horcones los pongo como me salga… de los melones.
=== FIN ===
Por eso es que dicen que los mirones son de palo. Saludos. Emercio
ResponderEliminarAsi mismo es Emercio... Saludos hermano. Un abrazo. Ramón
ResponderEliminarjaja,, yo comprendo a Carlos Manuel,,, muy buena historia !!
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