19 agosto, 2012

El Padrino.

A la memoria de Eddy Ortiz.


Me  enorgullece  haber sido amigo de Eddy Ortiz. Eddy era un ser especial, un personaje muy conocido y querido en Campechuela.  Falleció  hace  ya más de seis años  y era  el  padre  de  nuestro amigo Eddy Martin -no el comentarista deportivo-.


En los años  finales  de  la década  del  70 y principios del 80, yo era un joven fiestero y jodedor, como  cualquier  cubano. Cada  domingo  al  mediodía,  nos reuníamos con las novias  de  turno  en  El  Merendero, donde el grupo Sangre Joven (el  grupo  de  Los  Moros,  como  era  conocido) y la Orquesta Típica de Campechuela, amenizaban  las  tardes de matiné. En aquella etapa, no sé ahora por qué  razón,  yo  era  el  conductor  principal de Verano en la Calle,  versión publerina del programa televisivo Para Bailar, muy de moda en aquella época.

Zona de El Merendero.
En aquellos años, el grupo de amigos estaba formado, entre otros, por Rafael Aguiar “Chichi”, Guillermo Grimón “Guille”, Eddy Martin, Norberto Sotelo, “Pirolito” y yo. La mayoría de nosotros era estudiante y no teníamos dinero para comprar  una botella de ron, así que acudíamos al barrio La Marina, donde se vendía el mejor azuquín, mata rata, escupe lejos, salta pa'tras, hueso de tigre, caguín o como quiera llamársele, del pueblo y cuya botella costaba cinco pesos. Le echábamos un poco de jugo de limón y a beber.


Cada vez que Eddy Ortiz –a quien cariñosamente y por sobradas razones, le decíamos Padrino- nos veía tomando semejante porquería, nos quitaba la botella, botaba el contenido, mandaba a comprar dos o tres botellas de Havana Club añejo y cuando llegaban, de un solo trago se bebía la mitad de una, se largaba -no sin antes decirnos sonriente  "pórtense bien", dejándonos el resto del ron. Nunca más he visto a nadie hacer eso.

En otras ocasiones, cuando nos veía con alguna novia en una fiesta y boquisecos, nos llamaba aparte y nos metía diez o veinte pesos en el bolsillo. El día 31 de diciembre de cada año, que todos pasábamos en su casa, sacaba una libretica y delante de todos decía: “Fulano de tal, me debes cien pesos. Esta deuda te la voy a perdonar, pero el próximo año no quiero que me pidas nada más…” Nos ponía roja la cara, delante de la novia. La historia se repetía, año tras año.

La última vez que vi a Eddy Ortiz, fue en el año 2000. Yo era el subdirector residente del Hotel Tryp Cayo Coco, en Ciego de Avila y lo invité a pasarse un domingo en el hotel, pues él estaba de visita en casa de Guille Grimón, en la Isla de Turiguanó. A media tarde, cuando terminé de trabajar, nos fuimos los tres –Guille, Eddy y yo- a mi habitación y allí le pedí que hiciera lo mismo que veinte años atrás; poniendo en sus manos una botella de ron Havana Club 15 años. La miró por todos lados, como mira a una novia un hombre enamorado, la empinó, pero en aquella ocasión sólo logró tomarse -de un trago- un cuarto de la botella. Cuando terminó, se sonrió con esa sonrisa pícara que lo caracterizaba y me dijo:

- Ramoncito, el tiempo no pasa por gusto. Ya soy un viejo cagalitroso.

Lo abracé y le respondí:

- Padrino, yo sólo quería revivir ese lindo recuerdo de mi juventud.

Desafortunadamente, apenas cinco años después se nos fue Eddy Ortiz, víctima de un infarto, pero para nosotros, fue y seguirá siendo siempre, nuestro Padrino.


                                     === FIN ===

05 agosto, 2012

La casa de Carlos Manuel.

A la memoria de Carlos Manuel González. 

(Para los campechuelenses: existe un canalizo en los manglares entre Campechuela y Troya llamado la Zanja de Carlos Manuel, en honor de quien lo hizo, a golpe de machete y hacha, para extraer carbón de los manglares). 

Esta es una de las tantas historias que escuché de los mayores en nuestra tertulia del muelle del barrio La Marina. La cuento tal como la escuché. Aquí les va:

Cuando Carlos Manuel González huyó con Rosa; su novia, no tenía dinero para celebrar la boda. Nunca pudo comprar los anillos de compromiso, ni disfrutar de una luna de miel. Esos lujos no eran para un humilde pescador, pero tomó una decisión: construiría su propia vivienda; un humilde bohío.

Al amanecer se fue con su medio hermano Leoncio Gutiérrez a Cienaguilla. Del monte extrajeron, con la ayuda de una yunta de bueyes, doce troncos de guayacán y decenas de cujes. Luego le pagó una fortuna a un camionero que transportó todo aquello hasta La Marina.

Tumbaron cinco palmas que crecían cerca del pueblo. Cortaron el tronco en trozos y de allí sacaron las tablas. En un carretón las llevaron al barrio. De un montecito extrajeron una carreta repleta de pencas de guano. Las extendieron en el terreno para que se secaran y con ellas cobijar la futura morada.

Cuando los troncos de guayacán se secaron; hacha en mano, perfilaron los horcones. Replantearon la casa en el solar y con pala, pico y tenedor, cavaron los doce huecos. Habían colocado varios de aquellos pesados puntales, cuando llegó su vecino Armando; el tuerto.

Armando miró, cual Polifemo, los horcones y corrigió: 


- Aquel, aquel de allá; muévanlo un poquito hacia fuera. 


Acto seguido, dio media vuelta y siguió su camino. Carlos y Leoncio removieron la tierra alrededor del horcón, lo movieron hacia el lugar indicado y volvieron a compactar el terreno.

Dos horas más tarde reapareció Armando, imperativo: 


- Éste; métanlo un poco más. 


... y continuó su camino. Se repitió la misma historia. Removieron la tierra, movieron el horcón y compactaron nuevamente.

Al caer la tarde, Carlos Manuel sintió un gran ardor en el pecho. El roce de los horcones le había producido una irritación. Había perdido los vellos del tórax, pero no se dio por vencido. 

Les quedaba por colocar un sólo horcón. Llegó Armando al lugar. Volvió a tirar una ojeada.

Contaban en la tertulia; que en la tercera oportunidad, Carlos Manuel ni siquiera lo dejó hablar.

- Armando; esta casa es mía y los horcones los pongo como me salga… de los melones.


                                                                    === FIN ===