22 julio, 2012

La finca de Chito.

El viejo Chito caminaba muy despacio y encorvado, -según decían- a  causa  del enorme peso de los años. Aunque  nunca  le vi  la pesada  carga, sí  recuerdo  que  tenía  una  conducta muy recta. Falleció hace ya mucho tiempo, sin sospechar que tenía al enemigo colado en su casa. 

Colindante con el patio trasero de la escuela César Martí; Chito tenía su finca. Era un terreno de unas quince hectáreas. En una parte, sembraba maíz, yuca, boniato y frijoles, y en la otra, crecía un bosquecillo de árboles frutales. Había allí una gran variedad de aguacates, mangos, guayabas, chirimoyas y anoncillos, que el dueño velaba celosamente, con una escopeta de cartuchos de la época de María Castañas. Un jodedor de las tertulias, dijo una vez que la escopeta no servía; que lo había visto apretar el gatillo y el cañón escupió arañas y cucarachas.  

Como algunos alumnos de la escuela habían sido sorprendidos dentro de la finca por el propio anciano, a los pillos de cuarto grado, se nos ocurrió una variante más sencilla, pero genial. No empleamos mucho tiempo para convencer a Manuel G. Bagué; nieto de Chito, que era nuestro compañero de aula. Llegamos a un acuerdo muy simple: Le soplábamos en los exámenes de Matemática y a cambio, él nos ayudaba para que la operación Merienda Barata se ejecutara sin contratiempos. Nos dimos las manos, como señal de cierre del pacto de caballeros.

Durante el receso, Bagué corría a la vivienda del abuelo. Cuando confirmaba su ubicación dentro del recinto, se paraba en la puerta de la cocina y se pasaba varias veces una mano por la cabeza. Esa era la señal convenida para que Guayabita, el encargado de hacer el trabajo sucio del plan, se colara por la cerca del fondo del patio de la escuela y ejecutara su parte.

Guayabita era flaco, bajito, ágil y muy simpático y casi nunca tenía merienda para llevar a la escuela.




                                                                    === FIN ===