13 marzo, 2012

Lapsus.


Cerdo yorkshire.
Un domingo por la mañana, allá por la década de los 80'; mi padre sacrificó uno de los dos cerdos que criaba en el corral. Era un yorkshire de doscientas libras. En mi familia era tradición aprovechar todo de un puerco; desde las vísceras para picotear con yuca, mientras se fríen los chicharrones, hasta las paticas en salsa, las orejas en un potaje de frijoles colorados y la sangre y tripas, para hacer morcillas.

Como en aquellos tiempos el concepto de familia era más amplio que ahora; cuando llegó el momento de repartir, la disputa tuvo que resolverse con una peseta al aire,  -como hacen los árbitros de fútbol antes de comenzar el partido-. Como el azar me favoreció; me correspondió llevarle una paleta a los abuelos paternos, a sólo tres cuadras, pero mi hermano Ernesto tuvo que llevar la otra, a Manzanillo, donde vivía la abuela materna.

Omnibus Girón VI
El pasaje costaba veinticinco centavos y las guaguas salían cada media hora. Ernesto llegó a la terminal con la carne envuelta en un nailon y metida en una jaba de yarey. Cogió turno en la taquilla. Cuando subió al ómnibus; se sentó en uno de los primeros asientos y de inmediato se puso a conversar animadamente con el compañero de asiento.

Cuando la guagua llegó a Manzanillo; mi hermano se bajó en la parada del parque Céspedes, caminó cuatro cuadras despreocupado y muy campante besó a abuela Adela y a  tía Deysi, pero con las manos vacías. 


Después de almorzar; un poco extrañada -porque no era normal viajar vacío en aquellos tiempos- abuela le preguntó por la causa de la inesperada visita y él sencillamente contestó.

- Ná; estaba aburrido en la casa y vine a darles una vuelta.

Parque Céspedes. Manzanillo.
Al anochecer; mi hermano regresó. Abuela mandó dos coladas de café, del que bajaban ilegalmente de las lomas.

Ernesto no contaba con que Tony; el más pequeño de mis hermanos, se enfermaría esa misma noche y por la mañana; abuela, como siempre, acudiría de inmediato.



La paleta abandonada.
Después de los saludos y de las primeras decisiones de abuela; llegó la pregunta que no podía faltar. Mi madre le preguntó:

- Mami; ¿Te gustó la paleta que te mandé ayer?

Abuela fijó sus ojazos verdes en el aludido; mientras Ernesto quería que se lo tragara la tierra. 
Sólo le dijo:

- ¿Viste? La mentira tiene piernas cortas.   

Fue entonces que todos conocimos la verdadera historia de la paleta de cerdo abandonada a su suerte debajo del incómodo asiento de una guagua Girón VI. 


                                                               === FIN ===