Colindante con
el patio trasero de la escuela César Martí; Chito
tenía su finca. Era un terreno
de unas quince hectáreas. En una parte, sembraba maíz, yuca, boniato y frijoles,
y en la otra, crecía un bosquecillo de árboles frutales. Había allí una gran variedad
de aguacates, mangos, guayabas, chirimoyas y anoncillos, que el dueño velaba celosamente,
con una escopeta de cartuchos de la época de María Castañas. Un jodedor de las
tertulias, dijo una vez que la escopeta no servía; que lo había visto apretar
el gatillo y el cañón escupió arañas y cucarachas.
Como algunos alumnos
de la escuela habían sido sorprendidos dentro de la finca por el propio anciano,
a los pillos de cuarto grado, se nos ocurrió una variante más sencilla, pero
genial. No empleamos mucho tiempo para convencer a Manuel G. Bagué; nieto de Chito, que era nuestro compañero de aula.
Llegamos a un acuerdo muy
simple: Le soplábamos en los exámenes de Matemática y a cambio, él nos ayudaba
para que la
operación Merienda Barata
se ejecutara sin contratiempos. Nos dimos las manos, como señal de cierre del
pacto de caballeros.
Durante el
receso, Bagué corría a la vivienda del abuelo. Cuando confirmaba su ubicación dentro del recinto, se
paraba en la puerta de la cocina y se pasaba varias veces una mano por la cabeza. Esa era la señal convenida para que Guayabita, el encargado de hacer el
trabajo sucio del plan, se colara por la cerca del fondo del patio de la
escuela y ejecutara su parte.
Guayabita era flaco, bajito, ágil y muy simpático y casi nunca tenía
merienda para llevar a la escuela.
=== FIN ===
=== FIN ===
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