Contaban en las tertulias, que en La Marina existían, antes del año 1959; una veintena de bayúes y bares de mala muerte y que los marineros mercantes que bajaban a tierra eran sus principales clientes. Que se formaban tremendas borracheras y que a cada rato salía un marinero de reculón por la puerta de unos de aquellos antros y caía de espaldas, en medio de la calle. El policía de recorrido lo llevaba al cuartel y lo encerraba en un calabozo, hasta que pasara la borrachera y pagara “algo” por los daños. Algunos mayores indiscretos, llegaron a mencionar el nombre de mujeres de vida alegre que “trabajaron” en aquellos sitios y que ya eran respetables abuelas y que pasaban las calurosas tardes de verano cosiendo en una máquina Singer.
Yo escuchaba las historias de los adultos, sonreía para
mis adentros y me preguntaba ¿Dónde viven estos viejos? ¿Acaso no ven lo que
sucede a su alrededor?
En la década del setenta; cuando los marineros mercantes
-griegos, soviéticos y españoles- bajaban a tierra, la cosa era más o menos
así: Algunos le vendían cobos, langostas y camarones frescos; otros traficaban
con botellas de ron y los chiquillos los perseguíamos a todos lados, para que nos
regalaran chicles, galletas y caramelos. Algunos afortunados recibían como regalo
una gorra, un pequeño radio y otras baratijas.
Dejemos las ramas de una vez y hablemos claro. Aquellos
no eran afortunados; eran solapados proxenetas que conectaban con discreción a
los marineros mercantes con algunas de las puticas del barrio. La misma Cleopatra ;
cincuenta años antes de que naciera Jesucristo, ya andaba vendiendo su hermoso cuerpo a los Julio César, los Marco Antonio y sabrá Dios que otros
emperadores romanos. Pero bueno, esa es otra historia y yo no soy quien deba
contarla.
En un momento dado, en un acto de magia que hubiese
dejado boquiabierto al mismísimo David Coperfield, el marinero desaparecía en
una de aquellas polvorientas calles. Aunque nadie sabía donde rayos se había
metido, todos sabíamos que estaba “bien metido” en un buen lugar. Al cabo de una
hora; el marinero regresaba con el gozo en el semblante y la magia… no la había
hecho Coperfield.
=== FIN ===
=== FIN ===
Oye Ramón, en mi epoca no había esos servicios en Campechuelaz. Los jovenes teniamos que ir a Manzanillo, para obtenerlos.
ResponderEliminarfdo. César (Pay) Hernández.