18 diciembre, 2011

Marineros mercantes.


Contaban en las tertulias, que en La Marina existían, antes del año 1959; una veintena de bayúes y bares de mala muerte y que los marineros mercantes que bajaban a tierra eran sus principales clientes. Que se formaban tremendas borracheras y que a cada rato salía un marinero de reculón por la puerta de unos de aquellos antros y caía de espaldas, en medio de la calle. El policía de recorrido lo llevaba al cuartel y lo encerraba en un calabozo, hasta que pasara la borrachera y pagara “algo” por los daños. Algunos mayores indiscretos, llegaron a mencionar el nombre de  mujeres de vida alegre que “trabajaron” en aquellos sitios y que ya eran respetables abuelas y que  pasaban las calurosas tardes de verano cosiendo en una máquina Singer.

Yo escuchaba las historias de los adultos, sonreía para mis adentros y me preguntaba ¿Dónde viven estos viejos? ¿Acaso no ven lo que sucede a su alrededor?

En la década del setenta; cuando los marineros mercantes -griegos, soviéticos y españoles- bajaban a tierra, la cosa era más o menos así: Algunos le vendían cobos, langostas y camarones frescos; otros traficaban con botellas de ron y los chiquillos los perseguíamos a todos lados, para que nos regalaran chicles, galletas y caramelos. Algunos afortunados recibían como regalo una gorra, un pequeño radio y otras baratijas.

Dejemos las ramas de una vez y hablemos claro. Aquellos no eran afortunados; eran solapados proxenetas que conectaban con discreción a los marineros mercantes con algunas de las puticas del barrio. La misma Cleopatra; cincuenta años antes de que naciera Jesucristo, ya andaba vendiendo su hermoso cuerpo a los Julio César, los Marco Antonio y sabrá Dios que otros emperadores romanos. Pero bueno, esa es otra historia y yo no soy quien deba contarla.


En un momento dado, en un acto de magia que hubiese dejado boquiabierto al mismísimo David Coperfield, el marinero desaparecía en una de aquellas polvorientas calles. Aunque nadie sabía donde rayos se había metido, todos sabíamos que estaba “bien metido” en un buen lugar. Al cabo de una hora; el marinero regresaba con el gozo en el semblante y la magia… no la había hecho Coperfield.


                                                               === FIN ===

1 comentario:

  1. Oye Ramón, en mi epoca no había esos servicios en Campechuelaz. Los jovenes teniamos que ir a Manzanillo, para obtenerlos.
    fdo. César (Pay) Hernández.

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