22 septiembre, 2011

El bisabuelo catalán.


Valentín
Félix Rodríguez nació en Tarragona, España, allá por el año 1878. Era de una familia muy pobre; por ello se alistó en el ejército en cuanto cumplió los dieciocho, para venir a la guerra de Cuba, ganarse unas cuantas pesetas y así salir de aquella miseria en la que vivían. Desembarcó por el puerto de Manzanillo a finales de 1896; en el momento más difícil de aquella guerra; cuando Valeriano Weyler diezmaba a la población cubana con la reconcentración.

En cuanto el astuto soldado catalán llegó al cuartel, sobornó al oficial de cuadras, para que lo ubicase como mozo y sacarle así, el cuerpo a los combates. El ejército español estaba eufórico por aquellos días, pues apenas una semana antes, una poderosa columna al mando del Comandante Francisco Cirujeda había dado muerte al General Antonio Maceo. Fue un trágico suceso en la historia de Cuba. El campamento fue sorprendido por la columna española. Las balas de máuser rechinaban en los troncos de los árboles. En medio de la confusión y la balacera, Maceo se levantó de la hamaca, ordenó que le ensillasen el caballo. Revisó la cincha. Montó y pidió un corneta. A esa hora ya no había ninguno en el campamento. Desenvainó el machete y se lanzó al combate. La infantería española se había parapetado detrás de una cerca de piedras. Al rato, el combate se había estabilizado y Maceo podía haber ordenado la retirada ordenada, pero esa no era una alternativa en él. Decidió desalojar al ejército español y comenzó una maniobra de rodeo para atacarlos por la retaguardia. Al encontrar en su camino una cerca de alambre, ordenó cortarla de inmediato, justo en el momento en que una bala de máuser le desbarató el maxilar inferior derecho. Cayó del caballo, abrió los ojos desmesuradamente y murió al instante. Pero, bueno,  ¿qué rayos hago yo contando esto ahora? Eso está en los libros de historia, el que quiera saber los detalles, que lea. Discúlpenme, que me fui del tema.   

Francisca Arias vivía cerca del cuartel. Era una trigueña de diecisiete años que le trastornó la mente al soldado catalán, desde el mismo día que la conoció. El noviazgo no fue aceptado por la abuela de la joven:

- ¿Cómo es posible que te enamores de un gallego con peste a sicote? Los mismos que mataron a tu padre y los causantes de la locura y de la muerte de tu santa madre; que en gloria esté.

Dos independentistas de Manzanillo convencieron a la anciana:

- Mire, doña; el amor es un sentimiento puro, que está por encima de la política, de rivalidades y de nacionalidades.

Fueron los mismos personajes que se aprovecharon de aquella relación y lograron que el soldado catalán colaborara en la fuga de tres detenidos y brindara información valiosa a las fuerzas del General Manuel de Jesús Calvar.

Luego de la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana, la fría noche del 15 de febrero de 1898, el gobierno norteamericano culpó inmediatamente al español y el 19 de abril del propio año, el Congreso emitió una resolución que reconocía la independencia de Cuba e instaba a España a abandonar la isla. Al día siguiente, la resolución fue aprobada por el presidente William McKinley.

En julio comenzó el sangriento combate de Santiago de Cuba. De un lado, el ejército insurrecto y el estadounidense, dirigido por el General William Rufus Shafter y del otro; el ejército colonial español. Tres días después de iniciados los combates, fue aniquilada en la misma entrada de la bahía santiaguera, la escuadra del Almirante Pascual Cervera y dos semanas más tardes; la ciudad se rindió, sellándose así la derrota española en Cuba.

Tras ardua negociación, el gobierno español firmó el Tratado de París, el 10 de diciembre de 1898, mediante el cual reconoció la independencia de Cuba, le cedió a los Estados Unidos, las islas de Puerto Rico y Guam y le vendió las islas Filipinas por veinte millones de dólares.
       
Cuando en la noche buena de aquel mismo año las tropas españolas se alistaban para regresar a su patria, Félix Rodríguez aprovechó la confusión y desertó, llevándose a su novia cubana. Vivieron dos años en Camagüey, en casa de un paisano suyo y regresaron al pueblo cuando ya Panchita Arias estaba embarazada de la mayor de los siete hijos que tuvo la pareja. 

                                                                 === FIN ===



17 septiembre, 2011

El Rey.

A la memoria de Leoncio Gutiérrez Arias, maestro de pescadores. 


Cuba es un archipiélago con más de cuatro mil islas y cayos y mucho antes de que los conquistadores llegaran a estas tierras, ya nuestros aborígenes utilizaban canoas para viajar entre las islas y para pescar. Desde aquellos lejanos tiempos, la pesca ha sido una de las principales fuentes de alimentación de tantas generaciones que hemos poblado esta parte del planeta.

En nuestras ensenadas y golfos han tirado el cordel escritores como Ernest  Hemingway y Gabriel García Márquez y estadistas como Carlos Salinas de Gortari y el Emir de Qatar.
     
No dudo que existan excelentes pescadores a lo largo de nuestro país, pero ninguno como él. A duras penas alcanzó el sexto grado, aunque leía con avidez todo lo que caía en sus manos y poseía una inteligencia natural. Con sólo echarle un vistazo a las estrellas, el empírico meteorólogo era capaz de elaborar un pronóstico del tiempo, predecir la velocidad y dirección del viento, presagiar las mareas y profetizar sobre la pesca del siguiente día, en la época en que el licenciado José Rubiera ni soñaba con salir en la televisión.

Algunos incrédulos, por hacer caso omiso a sus pronósticos, pasaron más de un sofocón en alta mar.

Cuando en las tertulias del muelle, vaticinaba que el día siguiente sería espléndido para matar pargos en el canal; los que pescaban en aquel lugar, regresaban con el cayuco repleto de pargos criollos. Si aconsejaba pescar al curricán frente a Cayo Blanco; los que seguían su consejo, regresaban con cajas de sierras y serruchos.

Si profetizaba que soplaría un viento del sudeste y que no era bueno salir a pescar; él no salía al mar al siguiente día y los que se aventuraban a hacerlo, regresaban con la espalda achicharrada por el sol y pírricos trofeos.

Javier Sotomayor
El 27 de julio de 1993, el Príncipe de las Alturas; Javier Sotomayor, implantó un fenomenal record del mundo en salto alto. Su espigado cuerpo sobrepasó los 2.45 metros y desde entonces, esa marca no ha podido ser superada por ningún atleta. Salvando las distancias; aquel hombre implantaba record de pesca diariamente. Si regresaba con treinta cuberas; ese día otros pescadores podían llegar con veintinueve piezas, pero con treinta; ninguno. Si al regresar de la faena mostraba veinte jureles; esa era la cifra máxima que un pescador capturaba ese día.

Él era también, el más importante constructor de cayucos del pueblo y un experto tejedor de tarrayas y chinchorros. En una semana tejía una tarraya de once pies de largo con boquilla, brioles y plomos.

Abadía de Westminster
Aunque nunca se lo propuso, dada su humildad y modestia y a pesar de que yo no soy el arzobispo de Canterbury, ni en La Marina existe una abadía como la de Westminster; estoy seguro que los campechuelenses votarán unánimemente para que Leoncio Gutiérrez sea coronado póstumamente como El Rey de los Pescadores de Campechuela.     






       === FIN ===



14 septiembre, 2011

Sábalos.


A Polito, el Santiago de mi infancia.


Era un hombre alto y desgarbado. Poseía una voz de barítono extenuado. Hablaba poco y casi siempre en monosílabos. Sus exiguas finanzas dependían de lo que pescaba y de lo poco que ganaba como barbero a domicilio. Sus clientes eran, casi sin excepción, ancianos postrados o enfermos encamados. Los fines de semana, guitarra en ristre, amenizaba cualquier fiesta familiar o serenata, por las que nunca cobraba; sólo unos tragos de ron.

Por mucho que algunos fastidiosos tertulianos le preguntaron, nunca supimos cual era la razón por la que siempre pescaba en solitario. Su cayuco tenía diez pies de eslora y lo había bautizado con su propio nombre: Policarpo. Mucho antes de que asomara el alba, a ritmo de canalete, se iba al mar.

Sabalo
Al mediodía; ya la mayoría de los pescadores habían regresado. Cuando divisábamos en lontananza un punto negro que se movía despacio desde Cayo Blanco hasta Ceiba Hueca, se corría la voz en el barrio. Polito está luchando con otro sábalo.

Cuando leí El Viejo y el mar; la bella obra de Ernest Hemingway, descubrí a Policarpo como al héroe de aquella aventura. Después de más de tres horas batallando en solitario, enfrentado a un pez más grande que su propia embarcación, Polito regresaba extenuado, pero a diferencia del viejo Santiago, con la hermosa pieza y orgulloso con su captura.


                                                                   === FIN ===

10 septiembre, 2011

El Jorocón.

Zapatero remendón.
A: Carlos Rivas, el zapatero remendón de La Marina.


Uno de los músicos del órgano de Horacio Olivera, vive en La Marina: se llama Carlos Rivas, pero es conocido por todos como Carlín; el zapatero. Además de ganarse la vida con la bigornia, la chaveta y el martillo, era uno de los que daba manivela en aquel famoso órgano.

En una de las paredes de su humilde vivienda colgaba o cuelga un gran cartel, que en letras rojas rodeadas de flores amarillas se leía: El Jorocón. Ese era el nombre del órgano de su propiedad. Se lo quemó una pareja de la guardia rural durante una fiesta en el año 1958, en Cienaguilla, porque el nombre –según relataba Carlín- no les agradó.

Irónicamente; el cartel fue lo único que pudo salvarse del incendio y permanece allí, como testigo de aquel abuso.

Organo oriental


























                                                                   === FIN ===



05 septiembre, 2011

Excursiones al río Guá.

A la memoria de Pedro Reina.


Pedro Reina sabrá perdonar a todos los pecadores de mi época. 


Cuando en la década de los ochenta surgió el Campismo Popular, casi todos los fines de semana, varios amigos de la universidad cogíamos las mochilas y nos íbamos a las bases del litoral habanero o a La Loma del Taburete, cerca de la comunidad Las Terrazas, donde vivió el cantante Polo Montañez. Recordaba entonces, las excursiones que apenas unos pocos años antes, nos inventábamos los muchachos del barrio La Marina.

El río Guá se localiza a diez kilómetros de Campechuela. Es sólo un delgado hilillo de agua que nace en la serranía y desemboca en el Golfo de Guacanayabo. No imagine usted algo parecido al Toa o al Cauto y mucho menos al Amazonas o al Orinoco. Nuestro río Guá es sólo un tímido riachuelo, que le pide permiso a las chinas pelonas para poder escurrirse entre ellas.

Los domingos, bien temprano y sin que nadie nos autorizara, tomábamos varios caballos del potrero de Pedro Reina, para llegarnos hasta aquel lugar. En el potrero íbamos empujando el rebaño de équidos hacia un monte de zarzas y los rodeábamos con bejucos o con la tira de yarey de un sombrero viejo. Con un bejuco hacíamos el bozal y las bridas. Zafábamos el alambre de púas de la cerca y sin basto ni montura; cabalgábamos a través de guardarrayas y veredas.

Aquellas excursiones eran imprescindibles para nosotros. Pasábamos la mañana disfrutando del contacto directo con la naturaleza. Mientras la mayoría nos bañábamos en el río, bajo la sombra fresca de los árboles que crecen en sus riberas, otros tumbaban mangos en los alrededores. Un tercero; un poco más alejado del lugar, disfrutaba a plenitud de los gratuitos servicios de la yegua, que nunca podía faltar en las redadas del potrero.


                                                                 === FIN ===



04 septiembre, 2011

El bisabuelo ticuna.


Valentín
Francisco Cuba nació en Manzanillo del Mar, un pueblito de pescadores cerca de Cartagena de Indias, en Colombia.  Ni su esposa ni sus descendientes supieron nunca, su segundo apellido. Él jamás hablaba de sus padres, ni de su familia colombiana.

Cuando Francisco Cuba se encabronaba, se sentaba en su taburete -que permanecía recostado al tronco de una frondosa guásima en el fondo del patio- y encendía un tabaco. Entre bocanadas y contemplando un amarillo retrato de sus padres, se repetía a sí mismo:

«¿Qué habrá sido de mis viejos?»

El padre de Francisco Cuba era un indígena ticuna, alto y fuerte como un roble, que desde pequeño trabajó en la hacienda Campo Alegre; un feudo ganadero que se extendía desde cerca de la ciudad de Villavicencio, hasta las márgenes del río Guatiquía y que era propiedad de Don Francisco de Villanueva, un andaluz que heredó la finca de su tío.
 
A mediados del año 1850, el caserón de la hacienda Campo Alegre se convirtió en el centro cultural de toda la comarca. Fue una excelente idea de Don Francisco, para que su amada esposa no extrañara a su familia, a Córdoba y al río Guadalquivir. Todos los sábados; como llamados por el tañido de enormes campanas, llegaban hasta allí: bardos, literatos y poetas; trovadores y peleles, que abarrotaban el lugar. La mayoría de ellos venía del cercano caserío de Gramalote; lo que es hoy la ciudad de Villavicencio, para mostrar sus dones y a engullir carne de res y beber vino.

Desafortunadamente; a finales de 1855, el luto se enseñoreó del lugar. Durante una de las concurridas tertulias y justo en el clímax de un poema épico; falleció repentinamente Isabel María Palenzuela; la esposa de Francisco de Villanueva.

La inesperada muerte, puso fin a los cenáculos literarios, al coleo de los llaneros y a la algarabía de la hacienda. Don Francisco hizo construir un panteón cerca de la casona, donde reposara eternamente su joven y amada esposa. Desde entonces, Don Francisco se refugió en el trabajo y en un amor desmesurado por los dos pequeños vástagos que le había dado la finada. Francisquito; de cuatro años e Isabel María; de tres.

En 1870; cuando Isabel María de Villanueva cumplió dieciocho años, aprovechó la fiesta en su honor para confesarle a Don Francisco el apasionado amor que sentía por Gervasio Cuba. El padre encolerizó. No permitiría que su hija mimada; tan grácil y bella como su difunta madre, «mezcle su sangre andaluza con aquel indio insolente y bruto y con hedor a mierda; que sólo sirve para arrear ganado y ordeñar vacas». Esa misma noche le ordenó al capataz que en cuanto amaneciera, expulsara al ingrato de la hacienda.

01 septiembre, 2011

El nacimiento de Angel Cuba Labrada.


Valentín
¡El tiempo pasa volando! Ángel Cuba se está jubilando y me parece que fue ayer cuando lo vi nacer. La llegada del primogénito de la joven pareja, constituyó un acontecimiento en la familia materna al amanecer del día de San Juan de Dios, del año 1960. El abuelo convocó a la abuela, al padre de la criatura y a una docena de tíos que rebasaban los dieciocho años de edad, para debatir acerca del nombre que debían endilgarle al recién nacido. Toda la mañana estuvieron sentados alrededor de la mesa con olor a cedro y manteca de puerco del comedor, discutiendo el escabroso asunto, pero sin llegar a ningún acuerdo; por ello, el viejo decidió reanudar el concilio en horas de la tarde. Agotados por el largo debate mañanero, al mediodía se dispusieron a disfrutar de un exquisito fricasé de cerdo, congrí y yuca hervida y de un sabroso aliño de ron con frutas, que habían preparado durante los últimos seis meses de gestación y fue servido en diminutos vasos de cristal. Justo antes del brindis; como si un ser alado les hubiese susurrado al oído, todos se levantaron al unísono y gritaron a una voz:

- ¡Se llamará Ángel de Dios!

Lo juro por El Supremo. Lo de Ángel se me ocurrió en ese instante, como un sincero tributo al bisabuelo materno, que llegó a estas tierras desde Galicia, huyendo de una cruenta guerra civil y que constituyó el tronco fundacional de la familia, y de Dios...; bueno, porque le tocaba por el santoral.