14 septiembre, 2011

Sábalos.


A Polito, el Santiago de mi infancia.


Era un hombre alto y desgarbado. Poseía una voz de barítono extenuado. Hablaba poco y casi siempre en monosílabos. Sus exiguas finanzas dependían de lo que pescaba y de lo poco que ganaba como barbero a domicilio. Sus clientes eran, casi sin excepción, ancianos postrados o enfermos encamados. Los fines de semana, guitarra en ristre, amenizaba cualquier fiesta familiar o serenata, por las que nunca cobraba; sólo unos tragos de ron.

Por mucho que algunos fastidiosos tertulianos le preguntaron, nunca supimos cual era la razón por la que siempre pescaba en solitario. Su cayuco tenía diez pies de eslora y lo había bautizado con su propio nombre: Policarpo. Mucho antes de que asomara el alba, a ritmo de canalete, se iba al mar.

Sabalo
Al mediodía; ya la mayoría de los pescadores habían regresado. Cuando divisábamos en lontananza un punto negro que se movía despacio desde Cayo Blanco hasta Ceiba Hueca, se corría la voz en el barrio. Polito está luchando con otro sábalo.

Cuando leí El Viejo y el mar; la bella obra de Ernest Hemingway, descubrí a Policarpo como al héroe de aquella aventura. Después de más de tres horas batallando en solitario, enfrentado a un pez más grande que su propia embarcación, Polito regresaba extenuado, pero a diferencia del viejo Santiago, con la hermosa pieza y orgulloso con su captura.


                                                                   === FIN ===

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