A Eduardo Zamora.
Corría el mes de octubre de 1992. En Cuba, el periodo especial había llegado a su punto más álgido. Como dijo alguien: Ese fue el año en que se tocó fondo. Una caja de cigarros se cambiaba por cinco litros de petróleo, para encender el fogón. Unos "inventaron" el picadillo de cáscara de plátano macho, mientras otros vendían bistecs de colcha de trapear.
Corría el mes de octubre de 1992. En Cuba, el periodo especial había llegado a su punto más álgido. Como dijo alguien: Ese fue el año en que se tocó fondo. Una caja de cigarros se cambiaba por cinco litros de petróleo, para encender el fogón. Unos "inventaron" el picadillo de cáscara de plátano macho, mientras otros vendían bistecs de colcha de trapear.
Recién comenzaba
yo como especialista informático en la Gerencia Regional de Cubanacán en Ciego
de Avila. Una mañana, después de viajar encima de un MAZ-500 cargado de arena
artificial del molino de Chambas, fui llamado a la oficina de Paquito Herrera, a
la sazón Gerente Regional de Cubanacán. Me comunicó Paquito, que debía preparar
los papeles para sacar un pasaporte, pues debía viajar a México, junto al
ingeniero Eduardo Zamora, jefe del grupo inversionista que construía el Hotel Guitart; el primer hotel que se construyó en el destino turístico Jardines del Rey. Debían comprarse las cuatro enfriadoras del hotel, así como
el equipamiento de control y el software
necesario para el aire acondicionado y las luces y era necesaria mi
presencia en México. Aquella fue una agradable sorpresa. Por primera vez
viajaría al extranjero. ¡En pleno
período especial!
Una semana más
tarde, Zamora y yo estábamos comprando en los Almacenes Ultra, en La
Habana -con un tarjetón parecido al de las embarazadas- todo lo que nos vendían
para el viaje: una camisa, una guayabera, un pantalón, un cinto, un par de
zapatos, dos pares de medias, dos pañuelos, un peine y una lata de betún.
Cuando entramos;
¡vaya sorpresa!, nos encontramos con Juan Carlos Alfonso y los músicos del Dan Den, que también estaban comprando con su
tarjetón, lo mismo que nosotros.
Pasó otra semana
y cuando abordamos el avión rumbo al Distrito Federal, allí estaban Juan
Carlos Alfonso y sus músicos, todos vestidos con guayaberas de color azul claro, iguales a las nuestras.
Ramón y Zamora. México |
Había un antecedente; en los ochenta, cuando los cubanos viajaban por estímulo a los países del campo socialista de Europa, todos vestían el mismo uniforme: un juego de un safari.
Ya en el avión, sobrevolando el canal de Yucatán, los músicos del Dan Den –la mayoría, jovencitos- comenzaron a tocar una contagiosa rumba y algunos salieron a bailar al pasillo. Las azafatas los miraban con ojerizas, pues entorpecían su trabajo. Una de ellas, al ver que Zamora y yo permanecíamos muy tranquilos en nuestros asientos, aprovechó mientras me servía un refresco, para lanzarme una pregunta:
Ya en el avión, sobrevolando el canal de Yucatán, los músicos del Dan Den –la mayoría, jovencitos- comenzaron a tocar una contagiosa rumba y algunos salieron a bailar al pasillo. Las azafatas los miraban con ojerizas, pues entorpecían su trabajo. Una de ellas, al ver que Zamora y yo permanecíamos muy tranquilos en nuestros asientos, aprovechó mientras me servía un refresco, para lanzarme una pregunta:
- ¿Y eso qué ustedes ni tocan,
ni bailan?
Al vuelo me llevé su sospecha, de que fuésemos oficiales de la seguridad que acompañábamos a la delegación cultural. Mi respuesta fue corta y seguramente confirmó sus sospechas.
- Porque somos los ingenieros de luces y sonido.
¿Me iba a poner a explicarle, a esa hora, lo de las guayaberas azules?
=== FIN ===
¿Me iba a poner a explicarle, a esa hora, lo de las guayaberas azules?
=== FIN ===
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