10 agosto, 2011

El escenario de las tertulias.

Al caer la tarde, me embelesaba con las historias de los mayores. Aquellas horas eran para mí, más placenteras que la algazara de la iglesia pentecostal o las aventuras de la televisión.

Cuando el Sol se perdía en el mar; acudían a las tertulias Lilí, Kike Navarro, Ciro Castillo, Pacuso, Mime, Cumbancha, Pepe; el cojo, Leoncio, Paco y Vicentico Zambrano, Pibo y Carlín; el zapatero. Asistían también Miguel; la cubera, Ñengo; el francés, Yarino, Gustavo Trevín, Carlos y Manolo la codorniz, Pitcher Bueno, Lázaro Milián y Polito.

Los asociados de honor, cuando iban, se convertían en los principales oradores de las tertulias. Eran personas que aunque no vivían en La Marina, frecuentaban nuestra peña y gozaban del más absoluto respeto y admiración. Nadie los había clasificado en tan selecto grupo, sólo mi púber imaginación, en la que ya surgía esa extraña necesidad de agrupación. Los personajes más distinguidos de aquel reducido grupo eran Isidoro Rodríguez, Robin Gil -el chofer del carro fúnebre del pueblo- y Manolito Castellá, al que siempre asocié con El Quijote, por su desgarbada figura,  infinita sapiencia y gran sentido de la justicia.

Plataforma del antiguo muelle
En términos topográficos, la amplia calle Progreso constituye la frontera física y mental entre "el pueblo" y La Marina y el muelle era una especie de prolongación de aquella calle. La susodicha arteria estaba partida en dos -en toda su longitud- por la línea del ferrocarril, que saliendo desde el ingenio azucarero, llegaba hasta el extremo del muelle, a la plataforma, como la llamábamos, por donde se embarcaba el azúcar y la miel que se producía en la importante industria. En la plataforma se cargaban las chalanas, que luego eran llevadas por un remolcador hasta el barco mercante, que esperaba fondeado a unas dos millas de la costa.

 
En la entrada del muelle descansaba -cual Polifemo- un martinete de madera dura atornillada, con un enorme mazo de acero y un güinche. Aquel gigantón se usaba sólo en tiempo muerto, para hincar los nuevos pilotes del muelle. A falta de un parque en el barrio, aquella mole y las alquitranadas traviesas, eran el obligado escenario de nuestras tertulias. Cuando el Sol iba cayendo lentamente para dar paso a la noche, las lunetas se iban colmando poco a poco y los que llegaban iniciada la peña, lo hacían con la mayor discreción para no interrumpir al orador de turno. Siempre me llamó la atención que algunos mayores gozaban de un privilegio que habían usurpado a fuerza de costumbre: tenían su propia traviesa para sentarse y nadie se atrevía a ocuparlas.

Era aquella, una cofradía sin próceres ni plebe y todos disfrutábamos del privilegio de la charla amena y cordial. Aunque algunas veces las conversaciones derivaban en encendidas polémicas, nunca escuché una frase insultante contra un oponente y jamás dos personas hablaban a la vez. Aunque nunca se emitió una resolución de comportamiento cívico, jamás se vio allí una botella de bebida alcohólica y los muchachos que asistíamos a las tertulias, nos limitábamos a escuchar a los mayores, por aquello de que "... los niños hablan cuando las gallinas mean".

Orilla del mar. Campechuela
Los congregados eran, en su mayoría, hombres de manos callosas y piel curtida: pescadores, panaderos, azucareros, jubilados y trabajadores agrícolas que charlaban con idéntica pasión de lo terrenal y lo divino. Por ellos conocí en detalle los combates entre Joe Louis y Max Schmeling, permanecía al tanto de la  zafra azucarera y de los pormenores de la pesca del día. En aquellas tertulias me enamoré de María Félix y sentí envidia de Jorge Negrete, Agustín Lara y los demás esposos. Escuché hablar por primera vez de Volodia Teitelboim. Me enteré que Eduardo Saborit había nacido en mi pueblo y  admiré a Picasso y su Guernica.

Las tertulias eran un calidoscopio interminable de oradores y temas. Sentados en el martinete y en las traviesas del muelle, con la brisa de la noche golpeándonos suavemente el rostro, la conversación iba languideciendo lentamente, cuando los asistentes, como mismo habían llegado, se retiraban, sin protocolo alguno, ni compromiso de filiación.


                                                                 === FIN ===

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