Penélope |
A la memoria de María Julia Pérez.
Se contaban con los dedos de la mano, los que conocían su verdadera edad. Ella jamás la mencionó y a nosotros nos parecía que no envejecía nunca. Cuando el Sol asomaba sobre los manglares, se la encontraba caminando por las calles del barrio, con un par de agujetas entre las manos. Bajo una de sus axilas apretaba un paquete, que como diminuta caja fuerte, guardaba celosamente hilos de estambre de varios colores.
Se contaban con los dedos de la mano, los que conocían su verdadera edad. Ella jamás la mencionó y a nosotros nos parecía que no envejecía nunca. Cuando el Sol asomaba sobre los manglares, se la encontraba caminando por las calles del barrio, con un par de agujetas entre las manos. Bajo una de sus axilas apretaba un paquete, que como diminuta caja fuerte, guardaba celosamente hilos de estambre de varios colores.
No se sentaba nunca en los muebles. Se tiraba en el piso,
en medio de la sala, con la clásica postura de los practicantes de yoga. Las
piernas entrecruzadas, como si supiera que de esa manera el cuerpo alcanza su
mayor estabilidad.
Su vocabulario era parsimonioso y enrevesado. Su canción
favorita era aquella que decía:
“Son guineas, joda más…
Son guineas en
balance…”
Aunque nosotros sabíamos que aquello significaba:
“Son ideas nada más,
Son ideas que tú
te haces…”
Una de las canciones más conocidas del afamado grupo
musical Los 5U4, de Osvaldo Rodriguez.
Jamás nos hizo un comentario sobre los detalles de la
prenda que hilaba, ni supimos si en su mente habitaba un Odiseo. Como Penélope; la diosa
de la mitología griega, cada mañana comenzaba todo de nuevo. Tejía
incansablemente. Su vista no se apartaba de la prenda; sólo cuando se frotaba
la punta de la nariz con su larga y colorada lengua.
La indulgente madre vestía su cuerpo rechoncho, con una
saya larga y una blusa de tirantes. Sus menudos pies calzaron siempre zapaticos
colegiales y su cara de luna llena, armonizaba con el pelo lacio, negro y corto.
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