Los Reyes Magos |
Yo desconocía que Gaspar, Melchor y Baltasar eran realmente, peregrinos con conocimiento de astrología y astronomía, que
llegaron a Belén para rendirle homenaje al recién nacido Jesús. Tradiciones religiosas
posteriores los transformaron en reyes y la fecha se convirtió en el día en que
Jesucristo se presentó ante los gentiles como el Salvador.
Los Reyes Magos eran para mí, los señores que traían los
juguetes una vez al año, mientras dormíamos.
Un día mi madre me pidió una lista con los juguetes que deseaba que me trajeran. La redacté inmediatamente. Me dio indicaciones precisas para que colocara el papelito dentro de uno de mis zapatos, rellenara el otro con hierba para los camellos y los colocara -junto con un vaso con agua- debajo de mi catre de lona gris.
Un día mi madre me pidió una lista con los juguetes que deseaba que me trajeran. La redacté inmediatamente. Me dio indicaciones precisas para que colocara el papelito dentro de uno de mis zapatos, rellenara el otro con hierba para los camellos y los colocara -junto con un vaso con agua- debajo de mi catre de lona gris.
Casaca de Robin Hood |
Lo que sí recuerdo aún, es que yo no había pedido aquello. Era la prueba irrefutable de la ineficiencia de los Reyes Magos, aunque mi madre me explicó que mi demanda no se había cumplido porque a pesar de tener buenas notas, no me estaba portando bien en la escuela.
Semejante argumento me dejó perplejo. ¿Cómo podían saber tantas
cosas los señores? ¿En qué tiempo conversaron con el maestro Tomasito? ¿Además de magos, eran adivinos? Estas y otras preguntas
quedaron sin respuesta inmediata, pero aquella misma tarde, mientras jugaba con
mis amigos del barrio, comprobé que a ninguno de ellos le trajeron lo que habían
solicitado, aunque algunos se portaban muy bien en el colegio.
Nos enteramos que a un nieto de Orlando Oliva, –que vivía
en la calle Martí- los Reyes Magos le trajeron una bicicleta azul y una
maquinita de pedales, en las que se paseaba por el
malecón del pueblo, ante la envidia de la muchachada. Los
menos ingenuos sabíamos que el niño de marras no era muy ducho en el colegio,
pero su abuelo había sido propietario de varios comercios y estaba
forrado en billetes.
Unos años después comprobé mis sospechas infantiles: los juguetes no tenían nada que ver con Melchor, Gaspar y
Baltasar, ni con la Epifanía del 6 de enero; pues ahora se venderían normados en
las tiendas de productos industriales, durante el mes julio y una importante
resolución del ministro del MINCIN los había clasificado en tres grupos -básicos,
no básicos y dirigidos- y cada año, todos los niños teníamos derecho a un
juguete de cada grupo.
Aquel descubrimiento, aunque algo inverosímil para mi corta
edad, no constituyó un trauma. El trauma lo sufrí con los números. Aunque
indagué, jamás pude conocer el secreto algoritmo que se utilizaba para asignar los
números para la compra de los juguetes, aunque siempre me intrigaron las familias
que año tras año, “tenían suerte y cogían los primeros números”.
Tienda La Filosofía. Campechuela |
Eran días de grandes ilusiones. Mis padres nunca supieron
-ni ustedes tampoco- las ideas que pasaban por mi cabecita, mientras contemplada
aquellos juguetes.
Dos días antes de la venta, amanecía publicado el listado
de los números, igual que la relación de votantes de un colegio electoral, pero
en orden numérico ascendente. Cada página contenía unos cincuenta y leíamos
ávidamente desde la primera hoja, con tremenda ilusión. En la segunda y la tercera;
nos caía una comezón en el estómago y ya para la cuarta página, éramos devorados
por el síndrome de la depresión.
Como lo único que no se sabe en esta tierra, es lo que no
se piensa; antes de la publicación de los listados, ya todos conocíamos que a
la tienda habían llevado seis bicicletas, doce carriolas, veinticuatro pares de
patines y cien camiones de volteo. Imagínense entonces a los muchachos mientras
leíamos los listados: 1, 2, 3, “se jodió
la bicicleta”,… 14, 15, 16, “adiós carriola”,… 38, 39, 40, “me quedé sin
patines”. Me viene ahora a la mente, un gordito que llegó a tener seis camiones
de volteo. Sus padres le compraban uno cada año y nunca se percataron que se
volvía loco por las muñecas Lili.
Me resigné a que siempre fuésemos los últimos en los
listados anuales y me acostumbré a leer el listado hasta la página final, asumiendo
con optimismo el trauma que me creaban cada año los adultos y para que todos me
oyeran, parado frente a la vidriera, gritaba a todo pulmón:
- ¡Bárbaro! Así no tengo que prestarle la bicicleta a
Ricardito el macabí.
- ¿Para qué carriola?; si en La Marina no hay parque donde
montarla.
- Mejor. En las calles hay muchos baches y los patines se
me romperían enseguida.
Chivichana |
=== FIN ===
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