10 agosto, 2011

Juguetes.

Los Reyes Magos
Yo desconocía que Gaspar, Melchor y Baltasar eran realmente, peregrinos con conocimiento de astrología y astronomía, que llegaron a Belén para rendirle homenaje al recién nacido Jesús. Tradiciones religiosas posteriores los transformaron en reyes y la fecha se convirtió en el día en que Jesucristo se presentó ante los gentiles como el Salvador.

Los Reyes Magos eran para mí, los señores que traían los juguetes una vez al año, mientras dormíamos. 


Un día mi madre me pidió una lista con los juguetes que deseaba que me trajeran. La redacté inmediatamente. Me dio indicaciones precisas para que colocara el papelito dentro de uno de mis zapatos, rellenara el otro con hierba para los camellos y los colocara -junto con un vaso con agua- debajo de mi catre de lona gris.

Casaca de Robin Hood
Tanto embrollo me hizo sospechar y como ya me inclinaba por la matemática y la informática, tomé un trozo de papel y un lápiz y realicé algunos cálculos. Llegué a una simple conclusión: los rumiantes de Melchor, Gaspar y Baltasar no podían cargar sobre sus gibas todos los juguetes que les pedirían los muchachos de Campechuela y mucho menos, los de todos los niños de Cuba y que decir de los niños del mundo -porque en esa época yo creía que todos los niños recibíamos juguetes-. De todos modos le seguí la corriente a mi madre. El tiempo ha borrado los detalles y no recuerdo el contenido de la lista, pero me acuerdo que al siguiente día amanecieron debajo de mi catre, una escopetica que tiraba un corcho, una casaca verde de Robin Hood y una caja de bolas. 



Lo que sí recuerdo aún, es que yo no había pedido aquello. Era la prueba irrefutable de la ineficiencia de los Reyes Magos, aunque mi madre me explicó que mi demanda no se había cumplido porque a pesar de tener buenas notas, no me estaba portando bien en la escuela.

Semejante argumento me dejó perplejo. ¿Cómo podían saber tantas cosas los señores? ¿En qué tiempo conversaron con el maestro Tomasito? ¿Además de magos, eran adivinos? Estas y otras preguntas quedaron sin respuesta inmediata, pero aquella misma tarde, mientras jugaba con mis amigos del barrio, comprobé que a ninguno de ellos le trajeron lo que habían solicitado, aunque algunos se portaban muy bien en el colegio.

Nos enteramos que a un nieto de Orlando Oliva, –que vivía en la calle Martí- los Reyes Magos le trajeron una bicicleta azul y una maquinita de pedales, en las que se paseaba por el malecón del pueblo, ante la envidia de la muchachada. Los menos ingenuos sabíamos que el niño de marras no era muy ducho en el colegio, pero su abuelo había sido propietario de varios comercios y estaba forrado en billetes.

Unos años después comprobé mis sospechas infantiles: los juguetes no tenían nada que ver con Melchor, Gaspar y Baltasar, ni con la Epifanía del 6 de enero; pues ahora se venderían normados en las tiendas de productos industriales, durante el mes julio y una importante resolución del ministro del MINCIN los había clasificado en tres grupos -básicos, no básicos y dirigidos- y cada año, todos los niños teníamos derecho a un juguete de cada grupo.

Aquel descubrimiento, aunque algo inverosímil para mi corta edad, no constituyó un trauma. El trauma lo sufrí con los números. Aunque indagué, jamás pude conocer el secreto algoritmo que se utilizaba para asignar los números para la compra de los juguetes, aunque siempre me intrigaron las familias que año tras año, “tenían suerte y cogían los primeros números”.

Tienda La Filosofía. Campechuela
Mi familia compraba los juguetes en la tienda La Filosofía. Una semana antes del inicio de la venta, los artefactos más atractivos se exhibían en sus vidrieras. Pasábamos horas con la cara pegada a los cristales de las vidirieras, empañándolo con la respiración y la yema de los dedos y soñando con lo que sólo unos pocos disfrutarían.

Eran días de grandes ilusiones. Mis padres nunca supieron -ni ustedes tampoco- las ideas que pasaban por mi cabecita, mientras contemplada aquellos juguetes.

Dos días antes de la venta, amanecía publicado el listado de los números, igual que la relación de votantes de un colegio electoral, pero en orden numérico ascendente. Cada página contenía unos cincuenta y leíamos ávidamente desde la primera hoja, con tremenda ilusión. En la segunda y la tercera; nos caía una comezón en el estómago y ya para la cuarta página, éramos devorados por el síndrome de la depresión.

Como lo único que no se sabe en esta tierra, es lo que no se piensa; antes de la publicación de los listados, ya todos conocíamos que a la tienda habían llevado seis bicicletas, doce carriolas, veinticuatro pares de patines y cien camiones de volteo. Imagínense entonces a los muchachos mientras leíamos los listados: 1, 2, 3,  “se jodió la bicicleta”,… 14, 15, 16, “adiós carriola”,… 38, 39, 40, “me quedé sin patines”. Me viene ahora a la mente, un gordito que llegó a tener seis camiones de volteo. Sus padres le compraban uno cada año y nunca se percataron que se volvía loco por las muñecas Lili.

Me resigné a que siempre fuésemos los últimos en los listados anuales y me acostumbré a leer el listado hasta la página final, asumiendo con optimismo el trauma que me creaban cada año los adultos y para que todos me oyeran, parado frente a la vidriera, gritaba a todo pulmón:

- ¡Bárbaro! Así no tengo que prestarle la bicicleta a Ricardito el macabí.

- ¿Para qué carriola?; si en La Marina no hay parque donde montarla.

- Mejor. En las calles hay muchos baches y los patines se me romperían enseguida.

Chivichana
Quince días después, la mayoría de aquellos juguetes estaban rotos y no recordábamos la agonía vivida. Entonces nos construíamos nuestros propios bates y pelotas y yuntas de bueyes verdes -con botellas de jugos búlgaros- y arcos y espadas, con ramas de marabú y los más habilidosos conseguíamos cajas de bolas usadas en algún taller automotor y cajas de maderas, para construir nuestra propia chivichana, menos seductora que la carriola importada, pero más resistente a los baches de las calles y los tirones de la vida.   


                                                                 === FIN ===

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