Bodega de Cuba |
Dos bodegas había en La Marina. En una de ellas trabajaban
tres bodegueros y en la otra; sólo uno.
Desde que tuve razón; César siempre vivió con su hermano
enfermo mental, en una casa anexa a la bodega. Era un hombre mayor; bajito y de
excelentes modales. Usaba pantalones anchos y el cinto en el ombligo. Era calvo
y colorado como un crustáceo hervido.
Todos conocemos algún que otro bodeguero forrado en
billetes, con grandes cadenas al cuello, sortijas de oro y relojes caros; verdaderos
homicidas de la pesa, pero no todos los bodegueros encajan en ese molde. César; el camarón era un bodeguero ejemplar.
Nunca usó prendas y su vestimenta siempre fue sencilla y pulcra. No tenía nada
que ver con el colega del famoso chachachá. No bebía y jamás se le vio en una
fiesta. No existe en el país un bodeguero más honesto y aseado.
Pegada al mostrador permanecía una palangana en su
palanganero, con agua jabonosa y una pequeña toalla, que utilizaba
instintivamente. Sus manos eran extremadamente limpias y las lavaba cada vez que
despachaba un producto.
Cuando expedía el café, nadie dudaba. Lo mismo sucedía
con el arroz, los frijoles y el azúcar. Con absoluta confianza, los
consumidores de su bodega llevaban a su hogar los mandados del mes.
Diariamente desfilaban por allí también, decenas de
consumidores de la otra bodega y de la carnicería del barrio, para repesar lo
comprado.
=== FIN ===
=== FIN ===
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