13 agosto, 2011

El bodeguero.


Bodega de Cuba
Dos bodegas había en La Marina. En una de ellas trabajaban tres bodegueros y en la otra; sólo uno.

Desde que tuve razón; César siempre vivió con su hermano enfermo mental, en una casa anexa a la bodega. Era un hombre mayor; bajito y de excelentes modales. Usaba pantalones anchos y el cinto en el ombligo. Era calvo y colorado como un crustáceo hervido.

Todos conocemos algún que otro bodeguero forrado en billetes, con grandes cadenas al cuello, sortijas de oro y relojes caros; verdaderos homicidas de la pesa, pero no todos los bodegueros encajan en ese molde. César; el camarón era un bodeguero ejemplar. Nunca usó prendas y su vestimenta siempre fue sencilla y pulcra. No tenía nada que ver con el colega del famoso chachachá. No bebía y jamás se le vio en una fiesta. No existe en el país un bodeguero más honesto y aseado.

Pegada al mostrador permanecía una palangana en su palanganero, con agua jabonosa y una pequeña toalla, que utilizaba instintivamente. Sus manos eran extremadamente limpias y las lavaba cada vez que despachaba un producto.

Cuando expedía el café, nadie dudaba. Lo mismo sucedía con el arroz, los frijoles y el azúcar. Con absoluta confianza, los consumidores de su bodega llevaban a su hogar los mandados del mes.

Diariamente desfilaban por allí también, decenas de consumidores de la otra bodega y de la carnicería del barrio, para repesar lo comprado. 


                                                                   === FIN ===

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